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La Recepción A Una Asamblea

por Norman Crawford

            Casi no hay otro tema relacionado con la asamblea que causa mayor controversia que la recepción. Reconocemos que últimamente cada asamblea es responsable de adherirse a la Palabra de Dios. No podemos enseñar que cada asamblea responde al Señor por su conducta en otros asuntos pero que en éste responde a otras asambleas. Pero creemos que, si desean obedecer a la Palabra de Dios y gozar de la comunión de otras asambleas del mismo sentir, deben respetarlas en la recepción. Por ejemplo, un caso flagrante de ese descuido sería recibir a la asamblea a alguien sabiendo que está bajo disciplina de otra asamblea por una razón bíblica.

            A lo largo de este libro hemos mencionado la recepción a una asamblea. El propósito de este capítulo es unir los varios aspectos de este tema. Como asambleas, practicamos la recepción en al menos cinco formas:

1. La recepción inicial de creyentes que nunca han estado en una asamblea (Hch. 2:42, 47, etc.).

 

2. La recepción de creyentes que han mudado su residencia y por eso necesitan cambiar de asamblea (Hch. 18:2, 18, 26; Ro. 16:3; 2 Co. 3:1).         

 

3. La recepción de creyentes que vienen de visita breve a una asamblea donde no residen (Ro. 16:2).

 

4. La recepción de creyentes que han sido restaurados después de haber estado bajo disciplina (2 Co. 2:5-11).          

 

5. La recepción de los maestros y sus enseñanzas (Hch. 18:27).

 

            El consejo de ancianos en una asamblea tiene como su autoridad la Palabra de Dios. Debemos tener cuidado de practicar y enseñar el principio que en la casa de Dios – término usado para la asamblea en 1 Timoteo 3:15 – Dios gobierna mediante Su Palabra y el Espíritu Santo. No hay otra autoridad que la Palabra de Dios, ni otra regla que la que Dios ha ordenado. Así que los ancianos actúan por la asamblea, como administradores de Dios (Tit. 1:7), pero es la asamblea que recibe y expulsa. Esto puede verse en la primera asamblea (Hch. 2:41-47), que es el patrón a seguir en cada asamblea desde entonces. Los que fueron salvos se añadieron a la asamblea que se formó ese día. “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (v. 42). Al final del capítulo vemos que el Señor añadía a ellos los que estaban siendo salvos (v. 47).

            El primer punto que enfatizamos es que la recepción inicial no es al partimiento del pan, sino a la asamblea. La Cena del Señor es uno de los más grandes privilegios de la comunión en una asamblea. Es la Cena del Señor, no la mesa del Padre (Lc. 15) como algunos sugieren. Una lectura cuidadosa de 1 Corintios establecerá el significado de las cosas del Señor que la epístola enseña (consulta el capítulo 5 de este libro). Tampoco es la mesa de la ofrenda de paz en Levítico 3, que tiene que ver con el pecador que aprecia la reconciliación. Eso es disfrutado por la mayoría de los creyentes desde el momento de su conversión.

            El segundo punto a enfatizar es que la recepción tiene que ser mutua, porque si no, no es realmente comunión. El patrón del Nuevo Testamento no es recibir a alguien que no está dispuesto a recibir a la asamblea, sus enseñanzas y prácticas. La comunión y la recepción se experimentan y se gozan mutuamente. Esta recepción mutua tiene una aplicación muy práctica. Entre otras cosas, una asamblea es un testimonio a la verdad de que el sectarismo es un error. Las personas que “reciben” a la asamblea también reciben esta verdad. Pero realmente no puede hacer esto si después se vuelven a sus iglesias denominacionales.

            ¿Por qué necesitamos esta enseñanza? Porque algunos dicen: “Si todos los creyentes están en el cuerpo de Cristo, entonces todo creyente debe tener la bienvenida a cualquiera asamblea”.35 Si algún lector piensa así, le rogamos que vuelva al capítulo 3 y tome nota cuidadosamente de las claras distinciones entre el cuerpo de Cristo y una asamblea local. Muchos que reciben según su creencia en “un solo cuerpo” también añaden que solo reciben a los que estén limpios en vida y sanos en doctrina, y que no estén bajo la disciplina de su iglesia (sea cual sea). Como señalamos en el capítulo 3, es un gran misterio cómo los ancianos pretenden saber esto mediante una breve conversación con una persona desconocida que llega a la puerta. Creemos que las Escrituras hablan muy claramente sobre esto, y debemos aceptar lo que dicen sin modificarlo.

            En los tiempos del Nuevo Testamento, las asambleas establecidas estaban en una zona geográfica. Se componían de creyentes que vivían en esos lugares y se reunían regularmente en el Nombre del Señor Jesucristo. Nada sugiere que se congregaban irregular o casualmente. Su testimonio colectivo no tenía carácter ocasional (1 Co. 1:1-3; 3:6-11). Puede que esto sea tan obvio que su importancia se nos escape. Todos estaremos de acuerdo que no pude existir una asamblea que solo es apoyada por personas transeúntes o las que ocasionalmente se congregan. Los que perseveran (Hch. 2:42) en la comunión de una asamblea obedecen a la Palabra de Dios. Entonces, ¿hay un estándar doble? ¿Es la Palabra de Dios obligatoria para unos, pero no para otros? No. Tiene la misma autoridad sobre todos los creyentes. Por eso, no puede ser correcta la enseñanza o práctica de que se puede entrar en las asambleas de forma ocasional, irregular, caprichosa o según cada uno crea conveniente.

            Frecuentemente escuchamos la respuesta que había condiciones ideales en los tiempos del Nuevo Testamento, cuando todos los creyentes estaban en comunión en una asamblea, pero que hoy es muy diferente. Dicen que hoy las cosas han cambiado, la gente vive de otra manera, y los creyentes están divididos y esparcidos entre muchas organizaciones y sistemas. Lo que quieren dar a entender es que hoy no podemos usar la norma del Nuevo Testamento, o que no es aplicable en tiempos de confusión, o que no es suficiente para nuestras circunstancias. Pero si el Nuevo Testamento no es nuestra autoridad, ¿a qué apelaremos? La respuesta sencilla es, que si no podemos aplicar la Palabra de Dios, no hay otra autoridad. Creemos que ella es totalmente suficiente para todos los tiempos, hasta el fin. Sin embargo, ella no basta para los que desean volver a los sistemas denominacionales de donde Dios en Su gracia nos ha sacado.

            ¿Pero no debemos diferenciar entre los que fueron enseñados y rehusaron la enseñanza, y aquellos que nunca han sido enseñados? Sí, con éstos últimos debemos usar gran paciencia y mansedumbre, y enseñar por precepto y práctica a los que desean oír la Palabra de Dios. Los que desean aprender ocupan el lugar de los indoctos, de donde pueden recibir instrucción y tener el privilegio de ver a toda la asamblea congregada. Así podrán recibir la verdad de cómo congregarse, y luego la asamblea podrá recibirles. Así fue la conclusión feliz del caso en 1 Corintios 14:23-25. Pero el Nuevo Testamento desconoce cualquier cosa que es mera conveniencia u ocasional.

 

La Recepción Inicial

 

            La primera asamblea, en Jerusalén, fue ricamente bendecida. En medio de ella había apóstoles y profetas, y la Escritura informa que la asamblea testificaba con gran poder y gran gracia (Hch. 4:33). ¡En tales circunstancias no se equivocarían en la recepción! Sin embargo, se acercó a esa asamblea un hombre que causaba temor, y no lo recibieron hasta oír confirmación independiente de la realidad de su conversión y el cambio resultante en su vida. Por supuesto que Saulo de Tarso había sido un líder en la persecución, y con razón no se fiaban de él. Pero llevaba varios años salvo cuando primero vino a Jerusalén (Gá. 1:17-19). La cautela de ellos es una advertencia fuerte a nosotros. Vivimos en tiempos de mucha profesión superficial y muchos se apartan de la fe una vez dada a los santos. Parece imposible que alguno de nosotros tenga tanta confianza en su propio discernimiento que descuide la recepción. En este pasaje hallamos todos los ingredientes de la recepción inicial (Hch. 9:23-30). Así que, lo utilizamos a pesar de que hable de uno que antes perseguía a la iglesia – más vale prevenir que curar. Vemos el relato de la historia de su conversión, y que como creyente había sido bautizado. Investigaron su manera de vivir después de su conversión, y entonces fue recibido gozosamente y estaba con ellos en Jerusalén. Éste todavía es el patrón.

 

El Lugar del Indocto

 

            Se ha dicho que la única Escritura que habla de un asiento atrás es 1 Corintios 14:16, “Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho”. Luego nos dicen que aquel era indocto solo respecto a la lengua desconocida que alguien hablaba en el culto, y que eso nada tiene que ver con el asunto de estar en comunión en una asamblea. No creo que éste sea el único texto acerca de este tema, ni que sea la interpretación correcta de este verso.

            En esta epístola no es inusual que Pablo introduzca un tema sin desarrollarlo hasta más adelante. Toma por ejemplo la participación de las hermanas en las reuniones de la asamblea. Introduce el tema en 11:5, pero no nos dice hasta el 14:34 que está prohibido que las mujeres hablen públicamente. Creo que otro caso es él del indocto o simple oyente. Introduce el tema en el 14:16, y luego lo explica en los versos 23-25. En el caso hipotético visto en esos últimos versos, el indocto está asociado con otra clase llamado “incrédulo” (v. 24). Ninguno de ellos estaba en la asamblea, porque “toda la iglesia” ya estaba reunida cuando ellos entraron. De hecho, la asamblea no sabía a qué clase pertenecían éstos hasta que todos juzgasen (v. 24). El feliz resultado fue que al menos un hombre, siendo manifiesto lo oculto de su corazón, se postró sobre el rostro y adoró declarando que Dios en verdad estaba entre ellos (v. 25).

            ¿Cuál es el significado de “simple oyente” 36 en el verso 16? Si significa que desconoce una lengua que alguien habla en la reunión, esto implica que los de la asamblea la entendieron, pero él no. Pero, ¿el resto de la asamblea realmente entendía la lengua que un hermano hablaba por el Espíritu? Si leemos atentamente los versos 2, 4, 6, 9, 11 y 19 veremos que nadie entendía esa lengua (v. 2), ni siquiera el hombre que la hablaba (v. 14). Entonces el que visitaba no era el único que no entendía, y la expresión “simple oyente” (o que no entiende) tendría que aplicarse a toda la asamblea – cosa que no es el caso. Realmente significa que ese hombre ignoraba, no entendía la presencia de Dios en medio de Su pueblo (v. 25). Éste es el sentido de los versos 23-25 que le menciona con el incrédulo, porque no es parte de “toda la iglesia”.

            Es muy importante entender que “simple oyente” o “ignorante” no quiere decir que cierto nivel de conocimiento es necesario para entrar en la asamblea. Lo que necesita aprender para estar preparado para la comunión es: “verdaderamente Dios está entre vosotros” (1 Co. 14:25). Es en este mismo sentido que la presencia del Señor fue reconocida en medio de Israel (Éx. 40:34-35), cuando con Su presencia manifestó Su aprobación del patrón que habían seguido respecto al tabernáculo. No buscamos cierto nivel de conocimientos doctrinales, sino la evidencia de un espíritu receptivo a la enseñanza.

            Este “lugar atrás” donde sentarse y observar no se basa solo en este texto de las Escrituras. 1 Corintios 5:11-13 enseña que respecto a una asamblea hay dos lugares: “fuera” y “dentro” (v. 12). La comunión es una verdad espiritual, pero tiene una representación visible cuando la iglesia se congregue. Procuramos manifestar esto por un círculo u otro arreglo físico que separa y distingue entre los que están en comunión en la asamblea y los que no.

            Algunos preguntan: “¿Por qué es el asiento atrás solo para la Cena del Señor?” La razón está en 1 Corintios 10:16-17, “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan”. La Cena del Señor es la expresión de la comunión de los creyentes. En esta reunión todos los creyentes participan de un solo pan y una sola copa. Por esta razón menciona la copa primero en este pasaje. La sangre derramada de Cristo es la base de toda comunión con Dios y los unos con los otros. La participación del pan y de la copa es una expresión importante de una unidad comprada a precio de los padecimientos y la muerte de nuestro Señor. El verso 16 relaciona esa copa con Su sangre. Para ser coherente en nuestra traducción, debemos reconocer que la expresión: “del cuerpo de Cristo”, se refiere a Su cuerpo literal. El verso 17 presenta un segundo significado del pan. Este un solo pan es una expresión de aquel un solo cuerpo espiritual de Cristo. Entonces, la asamblea es una expresión visible de una comunión más amplia y espiritual. En esa más amplia comunión solo están los que verdaderamente son miembros de Cristo. De acuerdo a estas grandes verdades practicamos el principio de estar “dentro” de la comunión de la asamblea o “fuera” de ella.

            No es muy precisa la expresión: “el asiento de atrás”. Lo importante no es tanto el lugar, sino que haya una clara demarcación entre los que están “dentro” y los que están “fuera” de la asamblea. Muchos de nosotros hemos partido el pan en memoria del Señor en lugares donde “el asiento de atrás” estaba en la parte delante del edificio.

 

La Recepción de Visitantes y Nuevos Residentes

 

            Tenemos una práctica general entre nosotros, que ha causado algunos malos entendidos. La tradición es que solo leemos las cartas de recomendación al principio de la Cena del Señor, y esto ha hecho a algunos pensar que la asamblea recibe a estas personas a la Cena. Esto no es correcto. La asamblea recibe a su comunión y esto incluye la participación en los privilegios y también en las responsabilidades. Sugerimos que estas cartas podrían ser leídas en la reunión de oración o en la Cena del Señor. Esto podría ser útil especialmente en casos de recibir a un hermano desconocido que participará en las oraciones o la enseñanza.

            Las cartas de recomendación fueron generalmente usadas en los tiempos de los apóstoles. Era una excepción que Pablo no necesitara carta para recomendarle a los corintios (2 Co. 3:1-3). Pero nada sugiere que esas cartas eran como boleto de entrada para partir el pan. Así las asambleas recomendaban a la comunión de la asamblea receptora a aquellos que visitaban o se habían trasladado – por ejemplo, el caso de Febe (Ro. 16:2). Tales personas fueron recibidas también en los corazones y los hogares de los santos. Es correcto usar este ejemplo bíblico como modelo para una carta de recomendación.

            Como visitante a las asambleas en Roma, Febe debía recibir la ayuda de los santos. Hay una distinción entre uno que viene de visita y uno que viene para residir. Cuando Aquila y Priscila llegaron a Éfeso (Hch. 18:18-19, 24-28), era para estar y ayudar a la asamblea. Es sabio distinguir así entre el visitante y el que viene para residir. Debemos tener más cuidado de aquellos creyentes que vienen para ayudar a una asamblea, y asegurar que su “ayuda” es en verdad una bendición.

            Sería una gran mejora si no se usara nunca Romanos 14:1 ni Romanos 15:7 en las cartas de recomendación. No tienen nada que ver con la recepción a la comunión de una asamblea ni inicialmente ni en el caso de visitas. El contexto demuestra que se refieren a que los corazones del pueblo de Dios deben estar abiertos a todos los que están en comunión, aunque sus trasfondos sean tan diferentes como los de los judíos y los gentiles.

            Una carta de recomendación no es una mera cortesía, sino una clara necesidad cuando alguien no es conocido a la asamblea (1 Co. 16:10; 2 Co. 8:22; Col. 4:10; Hch. 18:27, etc.). Si la persona que desea la recepción y la comunión de una asamblea solo tuviera que confesar que cree en Dios y le ama, tales cartas no serían necesarias, pero no es así. Se han dado casos cuando un visitante por alguna razón no pudo obtener una carta antes de viajar. En tales casos un contacto temprano con los ancianos de la asamblea visitada les daría tiempo para considerar el caso. Aunque una carta es el orden normal del Nuevo Testamento para la recepción, hay circunstancias cuando el conocimiento y la recomendación de otros creyentes respetados puede ser de ayuda. Normalmente hay alguna manera sencilla de resolver el problema, pero si llevamos una carta evitamos tales problemas.

 

La Recepción de una Persona Disciplinada

 

            No se sabe exactamente quién era el hombre de 2 Corintios 2:6-8. Algunos creen que era el mismo que fue excomulgado en 1 Corintios 5, y otros creen que describe a otro hombre. No obstante, está clara la enseñanza de 2 Corintios 2:2-11, y ella nos guía acerca de la recepción de alguien que ha estado bajo disciplina. La asamblea le sacó de la comunión (v. 6) y la misma asamblea le recibe nuevamente. Le perdona, le consuela y confirma a él su amor, “para que no sea consumido de demasiada tristeza” (2 Co. 2:7-8). En los capítulos 18-20 de este libro examinaremos en detalle los temas de la disciplina y la restauración.

 

La Recepción de Maestros

 

            Aun una lectura superficial de los Hechos y las epístolas demuestra el cuidado ejercitado en la recomendación de un maestro. Los pastores en una asamblea tienen la responsabilidad, como administradores de Dios (Tit. 1:7), de guiar y alimentar espiritualmente al pequeño rebaño. También deben protegerles de cualquier cosa que podría dañarles de cualquier manera. Serían malos pastores los que dejaran al rebaño comer mala hierba solo porque también contenía algo bueno.

            Las cartas escritas para encomendar a Apolos (Hch. 18:27) son importantes para nosotros. Su propia conducta pronto le habría recomendado a los hermanos en Acaya, pero las cartas ahorraron ese tiempo para él y ellos. Los que alegan que la precaución para recibir a Pablo en Hechos 9:26-29 fue solo porque él había sido perseguidor, no pueden aplicar ese argumento a Apolos. Si la recepción fuera general y automática, ¿para qué escribir cartas?

            Pablo escribió para recomendar a Timoteo a la asamblea en Corinto (1 Co. 4:17; 16:10-11), con el fin de asegurarles del carácter del siervo y sus enseñanzas. Esto fue necesario en aquel tiempo, aun en el caso de un hombre de Dios como Timoteo. ¡Cuánto más en nuestro día! En las palabras de Pablo a los filipenses (Fil. 2:19-20) y a los tesalonicenses (1 Ts. 3:1-2) vemos más evidencia del cuidado debido en la recepción de un maestro.

            Hemos demostrado en este capítulo que es necesario tener cuidado en la recepción a la asamblea, considerando el carácter permanente de una asamblea, y el uso de cartas de recomendación. En nuestros tiempos necesitamos mucha gracia de Dios para poner por obra Su Palabra. Los hermanos responsables necesitan mucha sabiduría de Dios, y las oraciones y el apoyo de todos los que están en la comunión de la asamblea.

35

Nota del editor: Unos creen que lo único que deben hacer con un visitante es preguntarle: “¿Es usted un cristiano bautizado?” Si responde que sí, lo admiten como hermano a la cena del Señor. Ésta no es una recepción bíblica ni cuidadosa.

36

​Nota del editor: Así la Reina Valera traduce la palabra griega idiotes que nos suena como un insulto fuerte, pero en el idioma griego no es así, pues simplemente indica uno que es ignorante o sin estudios, que no sabe.

Del libro CONGREGADOS A SU NOMBRE, por Norman Crawford, Libros Berea

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