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La Palabra de Dios:

El Gran Recurso del Creyente

 

Hoy a muchos les gusta tener un teléfono (o varios) con muchas apps. Tienen app con gps para dar direcciones y otra app para llamar un taxi. Tienen apps de reloj y temporizador, despertador, correo electrónico y chateo, calendario, acceso al banco, cámara, música, juegos, el pronóstico del tiempo, planes para viajar, alojamiento, las noticias, etc. Aun hay apps para curiosear en vidas ajenas. ¡Algunos teléfonos hacen casi todo menos fregar los platos! Pero hay algo mucho mejor.

 

Dios ha provisto Su infalible Palabra para cada creyente. Es un libro completo, divino y profundo, pero no académico ni filosófico, sino práctico, puesto al alcance de todos. Es nuestro consejero, alentador, guía, mapa, brújula, arma y defensa.  Algunos no quieren separarse de su teléfono, pero lastimosamente muchos pasan más tiempo con el teléfono que con la Biblia que tanto necesitan. La vida cristiana es un peregrinaje, en el cual atravesamos este mundo, rumbo a la cuidad de nuestra ciudadanía celestial. Como dice un himno:

“Hay conflicto y peligro, ronda el diablo en derredor.
Fortalece Tú mis pasos en la lucha, oh, Señor”.

 

Un solado sin armadura ni arma, un viajero sin brújula ni mapa, uno que camina sin consejero fiel en este mundo, es la receta para fracaso y desastre. El apóstol Pablo, cuando se despidió de los ancianos de Éfeso, dijo: “Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hch. 20.32). ¡Mirad qué poder, y qué recurso pone a su disposición! ¡Un teléfono no puede hacer esto, ni un psicólogo!

 

La Palabra de Dios es un gran recurso. Primero, por ella conocemos a nuestro Dios y Su perfecta voluntad. Nos aconseja acerca de muchas cosas: prioridades, valores, amistades, matrimonio, peligros y tentaciones, dinero, y muchísimo más. El salmista dijo: “Tus testimonios son mis delicias y mis consejeros” (Sal. 119.24). En Proverbios 11.14 el padre enseña a sus hijos: “En la multitud de consejeros hay seguridad” (compara Pr. 15.22). No habla de psicólogos, asesores profesionales, ni de amigos de escuela. En la Palabra de Dios hay 66 consejeros – libros divinamente inspirados que nos aconsejan con preceptos, ejemplos y advertencias acerca de toda la vida. Uno de los títulos del Señor Jesucristo es “Consejero” (Is. 9.6), y Sus consejos no vienen por emociones, sueños o voces. Están escritos en Su Palabra. Pero los mejores consejos no pueden ayudarnos si no los sabemos. Hay que consultar al Señor y preguntarle qué debemos hacer. De ahí la importancia de la oración diaria, y la lectura de toda la Biblia, de tapa a tapa, repetidas veces, para conocerla bien, para recibir Sus santos y sanos consejos. Nosotros hablamos a Dios en la oración. Él nos habla en Su Palabra. El salmista expresó así su gratitud por la enseñanza y los consejos de la Palabra de Dios: “Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, Porque siempre están conmigo. Más que todos mis enseñadores he entendido, Porque tus testimonios son mi meditación. Más que los viejos he entendido, Porque he guardado tus mandamientos” (Sal. 119.98-100). Es el único recurso que Dios ha dado a Sus siervos para su trabajo espiritual. En la evangelización y para enseñar y aconsejar a creyentes, es la herramienta divina y completa. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3.16-17). No hacen falta cosas como la teología pastoral o la psicología para ayudar a los creyentes. El mandato es: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Ti. 4.2). El que no cree en la total suficiencia de la Palabra de Dios no debe hablar. Los que no reconocen que lo que Pablo escribió en 1 Corintios son mandamientos del Señor (1 Co. 14.37), no son ni profetas ni espirituales, y por lo tanto deben callarse.

 

Tan suficiente, completa y adecuada es la Palabra de Dios que está prohibido añadir o restar de ella (Pr. 30:5-6). Considera cuán completo es este recurso divino.

“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; En guardarlos hay grande galardón. ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión” (Sal. 19.7-13). ¿Hablamos así acerca de la Biblia? ¿Podríamos nombrar otro libro, persna o cosa que tiene ese poder, pureza y profundidad?

 

También en nuestra peregrinación necesitamos el aliento, y Dios provee el aliento de varias maneras. El Salmo 23.4 dice: “Tu vara y tu cayado me infundirán aliento”, pues necesitamos la protección y la corrección del Buen Pastor. El Salmo 31.23 promete: “A los fieles guarda Jehová, y paga abundantemente al que procede con soberbia”. El verso siguiente dice: “…tome aliento vuestro corazón”. Su protección y Sus promesas nos alientan en medio de pruebas y dificultades. Vemos la creciente injusticia y maldad en el mundo, pero no perdemos esperanza, porque sabemos que Dios nos cuida, y Él juzgará a los malos y establecerá Su reino. Promete oír y responder a nuestras oraciones. “No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré Lo que me pueda hacer el hombre” (He. 13.5-6). No sabríamos nada de eso si no fuera por Su Palabra.

 

La Palabra de Dios nos alimenta y nutre nuestra vida espiritual. “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 P. 2.2). El profeta Jeremías exclamó: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jer. 15.16). Job dijo: “Guardé las palabras de su boca más que mi comida” (Job 23.12). El salmista lo expresó así: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca” (Sal. 119.103). Pero los creyentes no debemos vivir solo de leche, como niños, sino crecer y tomar el alimento sólido de la Palabra. Desafortunadamente muchos por inmadurez y pereza no crecen debidamente. Hebreos 5.11-14 lamenta la condición de los “niños perpetuos” y su inhabilidad de entender preceptos bíblicos.

 

“Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”.

 

Amados, el crecimiento no es una opción, sino un mandamiento. “Creced en la gracia, y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 3.18). La nutrición espiritual está en la Palabra de Dios. Es un manjar rico, lleno de beneficios. Que triste que muchos comen tres o cuatro veces al día, pero a penas pasan cinco minutos "alimentándose" de la Palabra de Dios. Seamos como el hombre bienaventurado del Salmo 1.2, “que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche”.

 

Todo peregrino celestial necesita la guía de Dios para atravesar este mundo. Tenemos en la Biblia la guía perfecta, que sirve de mapa y brújula, y es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino (Sal. 119.105). Los que no atienden y no guardan Su Palabra se desorientan y se desencaminan. “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe” (1 Ti. 6.20-21). Por las profanas y vanas palabrerías algunos se desvían de la verdad (2 Ti. 2.18), pero no los que prestan atención y guardan la Palabra de Dios. Santiago 1.25 promete: “el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace”. Sea nuestra la oración del Salmo 43.3, “Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán”, pues esa luz y esa verdad se hallan en la Biblia, el recurso infalible del creyente. “Tu palabra es verdad” (Jn. 17.17).

También hallamos en las Escrituras nuestra defensa y arma. En el momento de nuestra conversión entramos en un gran conflicto, una larga guerra entre Dios y el príncipe de este mundo. El enemigo es fuerte, astuto y cruel, y ha causado mucho daño. Pero la Biblia es “la espada del Espíritu” que debemos tomar con todo el resto de la armadura de Dios. La exhortación: “Tomad toda la armadura” (Ef. 6.13), indica una responsabilidad nuestra. Hay que apropiar personalmente este gran recurso. Tener una Biblia y mirarla de vez en cuando, no es lo mismo que apropiarla. Cuando Satanás tentaba al Señor Jesús (Mt. 4), cada vez el Señor respondió: “Escrito está”. Él, aunque santo e impecable, actuó así nos enseñó cómo con la Palabra de Dios podemos resistir la tentación. Pero hermanos, para utilizar así la Biblia, hay que conocerla. Da pena ver qué trabajo tienen algunos buscando el texto anunciado por un predicador. Es porque leen poco la Biblia, quizás solo los domingos en la reunión.

 

Leemos algunos libros solo una vez, y otros ni siquiera eso. Pero no así con la Biblia, pues es la provisión divina para nuestro bien. Hay que comenzar en Génesis y leerla sin saltar pasajes, hasta terminar en Apocalipsis. Leyendo solo cuatro capítulos al día, si comenzamos en enero, terminamos antes del final de noviembre, así que hay días de margen para recuperar si nos atrasamos. Una lectura del Salmo 19 y el 119 debe impresionarnos con el valor y la importancia de conocer toda la Palabra. El Antiguo Testamento, que algunos nunca han leído – para su vergüenza – es el fundamento y la base del Nuevo. El que piensa que el Antiguo Testamento solo es leyes e historia de Israel, se equivoca. El Nuevo Testamento repite muchas veces la expresión: “escrito está”, y así indica la importancia del Antiguo. El apóstol Pablo, en la edad de la gracia, enseñó a las iglesias el valor del Antiguo Testamento. A los de Roma dijo: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15.4). A los de Corinto dijo:

 

“Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Co. 6.6-12).

 

Hay grandes e importantes lecciones que aprender del Antiguo Testamento. Está preservado para enseñarnos, esperanzarnos, aconsejarnos y amonestarnos acerca cómo vivir, cómo evitar el mal, cómo agradar a Dios, y cómo no caer. La Biblia tiene sesenta y seis libros, todos divinamente inspirados. El que desconoce o no conoce bien el Antiguo Testamento, ignora treinta y nueve libros, más de la mitad de la Biblia. ¿Cómo piensa ser sabio y conducirse bien siendo tan ignorante? “Santos hombres de Dios hablaron, siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1.21). ¿No nos importa esto? Necesitamos conocer sus palabras, porque son para nosotros.

Todo cristiano necesita conocer bien toda la Biblia. Algunos alegan que no tienen tiempo. Pero si apagan el televisor y su teléfono, hallarán más tiempo. Para hacer frente a la infiltración de los falsos maestros con sus enseñanzas y prácticas perniciosas, Judas exhorta así: “Tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo” (Jud. 17). Para pelear la buena batalla de la fe (1 Ti. 6.12), hay que guardar “el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ti. 6.14).

Con razón el salmista exclamó: “¡Oh cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Sal. 119.97). Hermanos, ¿podemos decir sinceramente lo mismo? ¿Qué lugar ocupa la Palabra de Dios en nuestro corazón y nuestra vida diaria? Considera las palabras del himno escrito por G. M. Lear.

En tu Palabra, oh Padre Dios, ¡qué bella luz se ve!
Bendita, celestial porción, gozada por la fe.

Aquí del Redentor la voz alegra el corazón;
la dulce voz del buen Pastor que trae salvación.

 

En su divina inspiración aliento se nos da;
también allí satisfacción el alma encontrará.

Y antorcha para iluminar los pasos de tu grey;
y lámpara que nos dará visiones del gran Rey.

 

¡Cuán dulce es tu Palabra fiel para mi paladar!
Más que la refinada miel que cae del panal.

Y mina de riqueza es que no se agotará
hasta ese día en que yo esté en gloria celestial.

Cada día, cada uno de nosotros necesita la Palabra de Dios. Nuestras familias la necesitan: maridos, esposas e hijos. Los padres deben enseñarla a sus hijos (Dt. 6.6-9). Dichosa la familia que tiene un tiempo diario para mirar en la Palabra de Dios. Los maridos deben conocerla suficientemente bien para responder a las preguntas de sus esposas. “Si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos, porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1 Co. 14.35). No dice que vayan a una reunión de mujeres para que le enseñe otra mujer, sino que pregunte en casa a su marido. No hay reuniones de mujeres creyentes en el Nuevo Testamento. Solo hay una reunión femenina, en Hechos 16.13, en Filipos, ¡y era de mujeres inconversas!

 

Los maridos deben esforzarse para conocer la Palabra de Dios, para que puedan enseñar y aconsejar a los de su casa. Es necesario dedicar tiempo a eso, y no al televisor u otras cosas innecesarias. Valga el consejo de Pablo a Timoteo: "Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad" (2 Ti. 2.15).

También Dios ha puesto en la asamblea a varones con don de maestro, para enseñar a todos (1 Co. 12.28; Ef. 4.11). Nuestras iglesias también necesitan oír la Palabra de Dios, no otras cosas, y mantenerse fieles a ella. Los ancianos no solo deben predicarla, sino ser retenedores “de la palabra fiel tal como ha sido enseñada” (Tit. 1.9). El retenedor conoce bien el texto y no admite cambios. Pero la televisión, el internet y las redes sociales han desviado y debilitado a algunos respecto al conocimiento de la Palabra. Como Pablo exhortó a Timoteo acerca de su vida y ministerio: “Reten la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros” (2 Ti. 1.13-14). Deben seguir el ejemplo de Esdras: “Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos” (Esd. 7.10). Todo predicador y maestro debe cumplir los primeros tres pasos antes de enseñar: preparar su corazón, inquirir en la Palabra de Dios (no en comentarios), y cumplirla personalmente – obedecerla. Si no, su enseñanza carecerá de poder y bendición. No debe variar en nada de los días de los apóstoles y la doctrina y práctica apostólica.

El Señor Jesucristo felicitó a la iglesia en Filadelfia diciendo: “aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Ap. 3.8). El Señor valora más la fidelidad que la fuerza y el éxito. Seamos de los que conocen, aman y guardan Su Palabra, porque esos son los que no niegan Su Nombre.

 

Carlos Tomás Knott  27-12-2022



 

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